Lo más probable es que en la mayoría de los hogares haya un cableado de cobre y algunos utensilios hechos con este material, que destaca por su gran durabilidad, resistencia a la corrosión y conductividad térmica y eléctrica altas. Además, este material es un “superpoder” que los expertos en materiales han sabido aprovechar: su capacidad antimicrobiana.
Las bacterias dependen de metales como el hierro y el calcio para obtener la energía que necesitan para sobrevivir. El cobre, en cambio, es un metal que no solo no las “alimenta”, sino que las elimina y destruye de forma rápida y efectiva. Por tanto, el cobre y sus aleaciones, como el bronce y el latón, pueden presumir de tener propiedades antibacterianas, antivirales y antifúngicas.
¿Qué significa esto? El cobre ha demostrado ser eficaz en la lucha contra bacterias y hongos, en concreto, ha demostrado una efectividad del 99,9% con dos horas de contracto. Se trata de un metal que lo que produce es una “muerte por contacto” en superficies metálicas que lo contienen. Este metal es capaz de matar de diez a cien millones de bacterias por minuto.
Lo que los expertos destacan de este material es que es capaz de destruir, también, el ADN de la bacteria, lo que impide que esta desarrolle resistencia. Es la única superficie táctil de metal sólido que ha sido aprobada por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), que lo ha registrado como el primer y único metal con propiedades antimicrobianas.
La idea de usar el cobre como antibacteriano no es nueva. De hecho, ya se usaba en la época de los antiguos egipcios y romanos, que lo usaban para tratar las heridas ocasionadas en las batallas, quemaduras e infecciones. Actualmente, el cobre es una alternativa prometedora al problema de la resistencia antimicrobiana de las superbacterias como el MRSA, un problema actual que cada vez va a más como consecuencia del uso excesivo de antibióticos, que ha llevado a que las bacterias desarrollen resistencia.